miércoles, 6 de diciembre de 2017

Bermúdez

Para “ser” torero, hay que empezar por “parecerlo”


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La España Oficial, que es la del 155, está en manos de Bermúdez, el Álvar Fáñez (Minaya, para el siglo) de María Soraya, un experto en renovables de Huesca, como la campana de Ramiro el Monje.
Bermúdez representa esa derechita sorayina del derechazo modorro. El lunes (¡lunes!), en el Senado, y a cuenta de los parados en las embajadas del golpismo catalán, Bermúdez se lió a derechazos julianos de pata atrás hasta redondear un cuento navideño a lo Joaquín Dicenta, el dramaturgo tronado de Calatayud.

“Cárcel de luz, recóndita angostura”, sería para Bermúdez la cárcel de Junqueras y el paro de sus embajadores.

¡Les juro por Snoopy que para mí esto es un dramón! ¡Y en Navidad!
El poeta-ganadero Fernando Villalón, que criaba toros de ojos claros como los de Bermúdez, para no nombrar a Belmonte, a quien no reconocía como torero, lo llamaba… Bermúdez.

Para “ser” torero, hay que empezar por “parecerlo”. Ser torero con tipo de “randa” es desoír un llamamiento divino. Bermúdez (Belmonte) irá al infierno.

“España es un país levítico”, me dijo una vez el ex juez Lerga. Sí, señor. Bermúdez cree que, investido del poder sorayés, infundirá pavor en el corazón de los payeses del “prusés” y les pondrá en fuga el ruido de una hoja batida por el viento, que eso dice el Levítico.

La lenidad de los peperos encargados de castigar a los golpistas es la lenidad de los cadíes encargados de castigar a los borrachos en la Córdoba califal. Un almotacén trae ante el juez un borracho. “Huélele”, dice el cadí a su secretario. “Huele a vino”, dice el secretario, que no ha visto el guiño del juez. “Este imbécil de secretario va a obligarme a ordenar que lo azoten.” Y dice al jurista: “Asbag, huélele tú”. Y Asbag, adivinando los deseos del cadí: “Huele a algo, pero no sé si a bebida que emborrache”. Y el cadí: “Que le pongan en libertad. No está probada la falta”.

Dense prisa para ver a Belmonte, que lo mata un toro. Dense prisa para oír a Bermúdez, que no hay otro.