viernes, 8 de diciembre de 2017

Fortuny



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Hacer en España un artículo sobre constitucionalismo se parece mucho a hacer en cualquier parte un discurso sobre... economía.

¿No has pensado nunca, Ken, que hacer un discurso sobre economía se parece mucho a mearte por la pata abajo? –preguntó un día Lyndon B. Johnson a su asesor Galbraith–. Uno nota el calor, pero nadie más se da cuenta.
En la calle no he oído a nadie hablar de reformas constitucionales. Cánovas, que sabía del asunto más que Mariano, Sánchez y Rivera juntos, concibió la suya “irreformable” (duró cincuenta años, frente a la media docena de Constituciones que se llevó el otro medio siglo), y, si de mí dependiera, la única reforma que haría con la del 78 sería eliminar este puente que la conmemora, que sólo sirve para paralizar la vida doméstica (papeleos) durante ocho días, sustituyéndolo, si acaso, por un paseo constitucional, a la inglesa (“I go for my constitutional!”), al Museo del Prado, para ver lo de Fortuny, siquiera por lo que dijo Dalí:

“Las postrimerías de San Fernando” (Virgilio Mattoni) es un cuadro milagroso; se ve la Sagrada Forma de perfil: es una línea y se ve redondo. ¿Comulgaría usted con esa Sagrada Forma? ¡Pero Fortuny, Fortuny es el genio! Todo el arte moderno empieza en Fortuny. Pero la cadera de Gala es el principio y el fin de todas las cosas.
La cadera de Gala es hoy el tupé de Trump, que tanto sulfura el establishment socialdemócrata del consenso que va desde Bergoglio (porque a quién se le ocurre poner al Niño Jesús en la Casa Blanca) hasta frau Merkel (porque a quién se le ocurre bajar los impuestos), pasando por el bombardero de Belgrado (porque a quién se le ocurre no consultar las decisiones… “con los aliados”). La delirante reacción de ese establishment a lo de la embajada americana en Jerusalén obedece a su Doctrina Antimosqueante: no hacer nada que pueda molestar a los matones en el sentido rortyano (ya saben: matones que de algún modo se desvanecerán una vez el capitalismo sea superado).