domingo, 18 de febrero de 2018

Las jaquetonas

Melania

Carlos Malpartida

Se debe tener mucho cuidado con los adjetivos porque una palabra te puede arruinar la biografía. Hay formas de nombrar que son navajazos o cornadas de dos trayectorias o más. Te fijan con algún nombre y ya no sales de la enfermería. Tengo más de veinte años y todavía hay quien me llama Carlitos. Antes me rechinaban hasta los braquets que todavía no me han puesto pero ya me lo tomo con resignación cristiana. Los diminutivos son también una forma de acabar con la moral del enemigo. Doctor, abra todo lo que tenga que abrir. Lo demás está en sus manos. Pero no hay doctor posible cuando ya está dentro la palabra chupándote las entrañas.

Jaquetona. Así denominaba Elvira Lindo a Melania Trump en un artículo de hace unos meses. Menuda pereza da buscarlo ahora en la internet. Ese hastío propio de que seguro que lo tienes a dos clics. Jaquetona tiene algo de yeguaza y de hembraza entre las hembras. Algo caballuno y exagerado. De tiarrona y de mujerón excesiva. De potencia física, de hechuras y de poderío entre agreste y por educar. Salvaje pero chungo. También algo de cascos ligeros y de mal vivir. De putilla, vamos. Es de esos adjetivos que difícilmente olvidas y que se te quedan cabalgándote las sienes y la masculinidad por tanta maldad afilada. Tan propia, por otro lado, de las mujeres metiéndose con mujeres sobre todo cuando hacen mención al físico. Menos mal que es una forma de nombrar de una señora a otra porque si hubiera sido algo de cualquiera de nosotros entraría en la categría de micromachismo para arriba. Te ponen jaquetona y jaquetona te quedas ya seas también ingeniera de partículas, astronauta o columnista en El País. No seré yo el que use jaquetona con las mujeres.

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